El Discurso de la ideología.
El amor consiste en que tu estés bien, que te sientas
bien. Dime entonces cómo es que tú puedes estar bien. Tal vez sin verme. Pues entones que así sea. Tú ganas. Vas estar bien sin mí.
Ceras Kalato
I. Apología de las ideologías.
Una ideología no es solamente una idea brillante que abre las
puertas a la comprensión universal de los avatares humanos y divinos, -como,
por ejemplo, la idea de Platón-, sino un juego estructurado y completo de brillantes
ideas adecuadamente ensambladas que, inteligentemente utilizadas, ofrecen
multitud de opciones y para encontrar respuesta coherente, casi siempre
irrefutables, a cualquier cuestión cotidiana o trascendente que reclame nuestra
atención o requiera solución pronta y satisfactoria.
Es indudablemente grato encontrar para sí mismo y tener a
disposición en todo momento una ideología bien elaborada, razonable,
consistente, buena y mucho mejor si, además, se ajusta al sentido de lo
estético, como la exige la pulcritud intelectual. Es dulce abrazarla y seguirla
amorosamente hasta el final de los días. Defenderla con valor si es atacada.
Demostrar su virtud y bondad si alguna duda incita. Entregarse a ella sin hesitaciones
o reparos. Amarla con inquebrantable fidelidad. Y atarse a ella sin vacilaciones
o miedo a la mortalidad.
Es el ideal que perseguimos incesantemente sin que interese
la consumación; un sueño que con insistencia esperamos se torne mundanal
realidad; un propósito que justifica el esfuerzo que impone el día a día; una
razón que muestra el orden que requiere el discurrir equilibrado. Nos permite sujetar
la imaginación que en su galope desborda; señalar un cauce a la fantasía que la
noche enciende y el día clarifica; señala un sentido al caótico devenir de los
acontecimientos; un orden intelectual para el discurrir del pensamiento, el
raciocinio, el juicio y la acción.
Una ideología, cualquiera que ella sea, está acompañada
siempre de la certeza que se requiere para buscar, perseguir y encontrar las
verdades que ella cobija; una certeza, cualquiera sea, no necesita demostración,
es siempre el supuesto anterior al ejercicio lógico; abrazar la ideología que
en ella se sustenta, es un amoroso acto de fe que conduce a una determinación
de voluntad perdurable. Es entonces la piedra de toque inconmovible en el
proceloso mar que aventuramos en el cotidiano discurrir de nuestra efímera
existencia.
Entonces íntimamente satisfactorio es saber que en la
ideología que profesamos -religiosa, política, científica, jurídica, filosófica-
se encuentra esa inconmovible verdad que necesitamos para vivir en paz e ilumina
y señala firmemente la ruta correcta a nuestros claros pensamientos y acertadas
decisiones. Encontrar en los primeros principios en que ella se sustenta y en
los conceptos fundamentales que desarrolla, acertada respuesta a toda duda.
Cabal explicación a todo problema, cualquiera sea su rango: universal, general, particular o singular; ya
sea nuestro o ajeno.
Y Sumamente alentador encontrar que las creencias que
profesamos y los principios que nos guían son profesados y sirven de guía también
a otras personas que nos brindan su aprobación y apoyo explícito, o el apoyo implícito
del aquiescente silencio y comprender que no estamos entonces solos, sino que
pertenecemos a un conjunto, grupo, colectividad o comunidad de seres humanos
creyentes, valerosos, sapientes, justos o ponderados que nos acompañan en el
curso de la azarosa existencia, y nos permiten así reconocernos en el claro
espejo de la fraternidad.
En el orden práctico, es muy útil tener un conjunto de normas
y reglas certificadas por el uso, la costumbre o la autoridad -religiosa, científica,
jurídica , política o académica- que señalen qué decidir y qué hacer en cada
momento en orden y concordancia con las creencias, conceptos y proyectos que
orientan nuestros pensamientos, sentimientos y emociones que, en ultima
instancia, determinan la bondad y justeza de los actos ejecutados, de los hechos
alcanzados o resultados obtenidos como consecuencia de nuestras decisiones y
sirven para contrastar y justificar las creencias en que se fundan.
El encuentro con nuestra ideología se produciría en el
momento en que nos alcanza la iluminación divina, filosófica, teórica,
científica, jurídica, académica, partidaria, patriótica. Una vez que la
adoptamos o nos adopta o la encontramos o nos encuentra ya sea por el uso, la
costumbre, la tradición, la autoridad o por nuestro rebelde y razonado
esfuerzo, la inquieta y agobiante duda que paraliza se apaciguaría y toda
inquisición ajena a nuestra ideología se torna vana, vacía, inútil, deleznable.
Liberados de esos obstáculos fluirían entonces en un discurrir claro y
armonioso pensamiento, sentimiento y voluntad que, correctamente encaminados,
guían la acción.
Una virtud adicional -en la cual tal vez se encontraría la
razón de nuestro apasionado amor por la ideología que nos cobija- está en que
la inconmovible certeza que nos brindan las creencias que firmemente profesamos,
torna inútil el ocioso examen de las creencias ajenas, necesariamente vanas,
absurdas, vacías, desdeñables o punibles, y el de los conceptos, procederes,
usos y costumbres de quienes las profesan que, entendemos, forman parte del
grupo de los ateos, infieles, ignorantes, bárbaros, pervertidos o simplemente
tontos, necesariamente equivocados.
Además, las ideologías muestran ante nuestros ojos los altos
galardones alcanzados por sus más eximios adeptos. Vemos que la ideología
religiosa conduce a la santidad pues proviene de iluminación divina, como lo
atestiguan San Agustín de Hipona y San Francisco de Asís; la ideología
filosófica conduce a la sabiduría, basta recordar a Sócrates; la ideología
científica promueve sabios; la patriótica héroes; la política, genera
luchadores y líderes; la jurídica, juristas que saben de lo justo y lo injusto.
Y cuando no es así, alienta la escuela entre los adeptos comunes; y surgen
entonces devotos, filósofos, científicos, militantes, partidarios, patriotas,
adalides, legistas o constitucionalistas.
Es claro que no todo es armonía, tranquilidad y concordia;
cabe el cuestionamiento de los dogmas que celosamente conserva la ortodoxia;
cabe la rebeldía que alimenta la heterodoxia que urge a la renovación en orden a los sucesivos
cambios en la experiencia individual o colectiva, lo cual redunda indudablemente
en su perfeccionamiento gracias al afinamiento de los conceptos que le otorgan mayor
consistencia, proporcionando, por otra parte, seguridad intelectual, afectiva y
moral que fortaleciendo nuestra voluntad
presta aliento a la renovada acción.
La confrontación ideológica -necesaria respecto a las
ideologías opuestas- conduce al esclarecimiento de nuestras creencias y
conceptos en la medida que permite reconocer las inconsistencias, errores o
defectos de las tesis en que se sostiene la ideología que profesamos, por una
parte, y por la otra, permite identificar las inconsistencias, errores o
defectos de la ideología que recusamos. Ese proceso conduce entonces a dar más
claridad que redunda en la reafirmación de las propias creencias o en algún
caso a su rectificación, modificación o reestructuración.
El conocimiento de las creencias, conceptos y tesis que
sirven de sustento a las ideologías contrarias permiten encontrar explicación a
los proyectos promovidos, a las acciones ejecutadas o hechos realizados por sus
adeptos en orden a esas creencias, conceptos o tesis. Este conocimiento sería útil
al momento de la refutación y al examinar el estado de cosas cuyo cambio
modificación interesa llevar adelante o amorosamente conservar. Podríamos entonces
prevenirnos ante el peligro que encierran, combatirlas denodadamente o
eliminarlas a ellas y a sus adeptos solo si fuere necesario desde luego.
Es ocioso decir que las ideologías acusan siempre la falta de
acuerdo respecto a las creencias en torno a las cuales se desarrollan, pues si
hubiere tal acuerdo -si todos fuéremos científicos, creyentes, patriotas,
izquierdistas, etc-, no sería necesaria ninguna elaboración teórica o justificación
de la práctica que sustenten las creencias o acciones, pues una y otra formarían
parte de los usos y costumbres admitidos y aceptados también. Lo que es
aceptado por todos no necesita examen, justificación o fundamentación racional.
Niega el acuerdo universal el loco o el desadaptado.
·
II. Critica de las Ideologías
Se sabe que
mucho tiempo antes de que Nietszche declarase la metafórica muerte de Dios,
había llegado el fin del apogeo de la ideología religiosa. Sin embargo, esa
ideología, que agazapada espera renacer y alienta, en su declive engendro y dio
a luz a sus vigorosas párvulas: las ideologías filosóficas, científicas,
jurídicas, sociales, históricas en boga, que siguen los pasos y fórmulas de su
progenitora, a despecho de sus recusaciones.
Es común a
todas las ideologías, cualquiera sea su índole, la voluntad autoritaria y
discriminadora que se hace manifiesta en la creencia en que el bien el bien, la
verdad y la justicia consiste en lo que de ellos cada una de ellas afirma. El
razonamiento en el cual implícitamente se apoyan es simple. Siendo el bien y la
justicia, tanto como la verdad, una sola, como dice el sabio Descartes, -uno de
sus primigenios promotores de las ideologías-, es necesariamente falsa la
afirmación que las niega y equivocados quienes lo hacen, merecedores de la
condena eterna al fuego infernal en que se consumen las almas de los ignaros y
réprobos, o en el orden de las ideologías profanas, merecedores de la moderna
condena al hambre y a la miseria que alimenta las luminosas aras de la
civilización, la cultura y el mercado mundial de libre competencia donde acaban
los cuerpos de los ignorantes, atrasados o subdesarrollados.
La
académica universitaria que acuna y amamanta a todas las ideologías está hecha
con fidelidad sobre el molde de la tradición clerical eclesiástica; y así, la
recolección de almas piadosas de Salamanca para el servicio de la Iglesia y la
Gloria de Dios en pos de la salvación y la vida eterna, no es distinta de la
cuidadosa selección Universitaria de mentes inteligentes para el servicio de la
Empresa y el Desarrollo de la Ciencia y de la Jurisprudencia en pos del
progreso, de la justicia y el bien universal. La promesa es similar en ambos
casos el paraíso está reservado para los fieles bautizados y piadosos o para
los brillantes graduados, en tanto que el infierno espera y acoge a los
réprobos o ignaros.
Resulta por
eso sumamente doloroso saber que el apogeo de las ideologías que tanto amamos
está llegando a su fin; doloroso saber que agonizan; que la globalización de
las comunicaciones, la vulgarización del texto, la multiplicación de las
imágenes, el estruendo o sencillez de la música, la contemplación de las vidas
ajenas, la renovación del lenguaje, la inevitable cercanía en fin; habrían firmado
su sentencia de muerte, no porque las odie sino porque en el torbellino acoge y
ama a todas por igual y ninguna sería mejor que la otra, lo cual tornaría a
todas vanas, vulgares, opacas, corrientes, restándoles el vigor que enciende el
entusiasmo y la consistencia que otorga seguridad. Parece que esta irremediablemente fracturada
la unicidad del mundo que alientan las ideologías
Espanta el pueblerino ciudadano del global que no siente congoja
alguna por una divinidad, multiplicada por infinidad de religiones que prometen
diversidad de caminos para alcanzar la vida ultramundana; desazona saber que el
pueblerino ciudadano ignora la reducción del bien a economía monetaria de la
cual dependería el bienestar universal; desconoce que la justicia está encerrada en los parámetros de
la norma que declara la también universal vigencia y validez de sus
prescripciones, principios y valores; y no cree en la verdad universal y definitiva encadenada
ahora a la misión servil de auxiliar de la lógica formal; o en la belleza atrapada en el museo, en la estética
del mercado y la crítica mercantil.
Si, como podemos constatarlo cotidianamente, la imaginación
que oscila entre el sueño y la vigilia prestando aliento a las creencias,
habita en todas las mentes y su vuelo nos alcanza desde remotos lugares; si la capacidad
de distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto, entre lo
verdadero y lo falso, entre lo útil y deleznable pertenece a todos los
individuos de la especie humana y a todos ellos pertenece también la facultad
de percibir la belleza y sentir la congoja ante la finitud de la vida, parece
claro que no habría ya razón para pensar que solo uno sea el camino que conduce
a la vida ultramundana, al bien, a la justicia, a la verdad o a la belleza y
mucho menos razón aún habría para creer que el camino que por gracia o azar nos
ha tocado transitar sea el único razonable y cierto.
No habría ya razón que justifique la creencia en que ellas
nos pertenezcan y pertenezcan a quienes creen, piensa y sienten como nosotros. Parece
claro que todas ellas -el bien, la justicia, la verdad, la belleza- pertenecen
íntegramente a todos los hombres y a todas las comunidades humanas y que en
todas las comunidades humanas, asumiendo diversas formas y contenidos, desde
alguna perspectiva, en todo momento, en algún caso y en determinada
circunstancia, aquí o allá, tiene lugar el proceder bondadoso, el acto justo, la
declaración verdadera, la imaginación radiante o la obra bella que tal vez no
alcanzamos a entender ni comprender… Y seguramente también habrá todo lo
contrario.
Y así tal vez sea suficiente entonces para él pueblerino
ciudadano del mundo y para nosotros saber que el dios adoramos nos acogerà con
los brazos abiertos y no hará lo mismo con aquellos que merecen nuestras,
probablemente rencorosas o injustas recusaciones; que carece de importancia
saber que la tierra es redonda y gira alrededor del sol y que algunos hombres
haciendo utilizando ciertos artefactos han llegado a la Luna, porque la Luna
sigue allí alumbrando en las noches para todos aquellos que callados la
contemplan; debemos tal vez conformarnos con admitir entonces que la verdad, el
bien y la justicia depende del contexto y no tienen nada de universal ni
definitivo.
Es comprensible que muchas personas -atrapadas en las
dulzuras del pasado y su sencilla seguridad-, nos neguemos a reconocer el
ineluctable declive de las ideologías; lastima la intuición que lleva a pensar
que fueron y son solamente efímeros sucedáneos de la ideología religiosa, reina
absoluta en los tiempos de Dante.
No es fácil desprenderse de las ideologías, cualquiera que
ella sea, porque sin ellas, sin el amparo que brindan, sin la seguridad que
proporcionan, sin la guía que señala el camino, habremos de hacernos
responsables de nosotros mismos ante nosotros mismos. Seremos entonces Juez y
testigo, víctima y victimario, acusado y acusador, y sin alegatos, suplicas o
apelaciones hemos de pronunciar silenciosamente la sentencia de primera, última
y definitiva instancia portadora de nuestra absolución o condena.
Sin embargo, debemos pensar que a despecho de la congoja que
nos embarga por su irremediable pérdida y lo incierto que desnudos debemos
enfrentar, hay motivos para celebrar alegremente y aun para bailar sobre el
cadáver de las ideologías que tal vez empecemos a percibir maloliente. Porque: ¿Hay acaso algo más peligroso que el
patriotismo, padre de todas las guerras?, ¿Hay acaso algo menos razonable que
la inconmovible verdad, engendradora de la falsedad y el fanatismo?, ¿Algo más
falso que la historia, pregonera de una vana la continuidad en la vida de los
hombres sobre la efímera memoria?, ¿Algo más autoritario que la religión,
exclusiva titular del más allá?, ¿Algo más vano que el progreso sin principio
ni fin?, ¿Algo más estrecho que la Evolución al no sé sabe dónde?, ¿Algo más
peligroso que la Política que alimenta el fanatismo? ¿Algo más pretensioso que
la filosofía directora del ser y el no ser, del bien y del mal, del caos y el
orden, de la belleza y la fealdad? ¿Algo más destructivo que la Ciencia?, ¿Algo
más violento que el Derecho?, ¿Algo más desdeñable en fin que la tecnología del
día anterior?
¿Alguien podría negar que en el homicida Siglo XX, (y en el actual)
cada una de las catástrofes humanas -la discriminación, el hambre, las
migraciones, la guerra- que fueron y siguen siendo la noticia del día a día, se
alimentan y encuentran aliento en algunas o en todas esas ideologías? Creo que
nadie… pero dejemos esto por ahora y busquemos un poco más.