lunes, 19 de septiembre de 2022

¿Cuál es la ideología del arte literario?

 

EL Arte Literario o la Literatura

 Ceras Kalato

El arte literario se desenvuelve sobre la letra, sobre la grafía que recoge símbolos que capturan la palabra pronunciada, palabra hecha de sonidos que a su vez mencionan cosas, hechos, acciones, pensamientos, sentimientos y emociones.

En la literatura está el origen de todas las ideologías, no hay ninguna que no sea literaria. En la literatura las ideologías toman forma, alcanzan consistencia y vitalidad. Toda argumentación es literaria y literaria es también toda fundamentación o justificación de los proyectos, propósitos, actos y resultados a que conduce la práctica de cualquier ideología. Toda crítica benevolente o áspera y toda refutación definitiva o provisional, es también literaria; es así porque tanto la verdad como la falsedad están encerradas en el lenguaje, verdadero o falso es el predicado gramatical o lo pregonado al público, y ambos pertenecen al texto, a la literatura, y como ella tienen afán definitorio.  

Cabe preguntarse entonces si la literatura -la cultura del texto y la lectura- no es tal vez una muy elaborada  ideología cuyos innumerables adeptos alientan la pretensión de sustituir, modificar, negar todo lo que no sea ella misma reduciendo la bellísima, terrible, incomprensible, absurda, sobrecogedora, inefable  inmensidad que percibimos a los estrechos límites de la palabra pronunciada, entonada, balbuceada, arrojada o peor aún, a texto, mera sucesión de signos convencionales y finitos, en el afán de encerrar lo percibido, escuchado, observado, olido, gustado, palpado reduciéndolo a la mínima estatura, para hacerlo comprensible al intelecto estrecho, al sentimiento ínfimo, a la pequeña voluntad con  el servil propósito de prestar conformidad a la soberbia, vanidad y orgullo. Hay que tener en cuenta que el imperio de la literatura -que cobija a las ideologías- es grande, excesivo, desaforado, abundante, unánime e inacabable; comprende en si todo ejercicio filosófico, científico, jurídico y tecnológico. Es un imperio tan grande y extenso como el de las ideologías que germinan y se multiplican en su seno.

Probablemente la filosofía es el más exitoso de los géneros de la ideología literaria. Es entre todas las artes humanas la que ha alcanzado la más alta preeminencia y sus obras, las obras del arte literario filosófico, las que con soberbia arrogancia han logrado y logran suspender el ánimo cuando atrapan a la imaginación, capturan al intelecto, encaminan a la voluntad, guían a los sentimientos y sirven de contención a las pasiones. Las inmarcesibles bellezas de sus ensoñaciones alientan la creación de elaboradísimos constructos intelectuales que determinan las manifestaciones de voluntad y la acción ordenada hacia la consecución de fines. La obra filosófica resultado de la reflexión acumulada en el curso de más de dos mil quinientos años es ciertamente magnífica.  

El espanto que provoca  la muda contemplación de la inefable inmensidad del firmamento estrellado, del bravío mar, de la selva exuberante, el vuelo del moscardón, de la luciérnaga, que en la imaginación se confunden con las imágenes que salen del sueño reparador de los equívocos, encuentra cura en la palabra que reduce lo inefable a texto, texto que si bien es cierto solo alcanza a proclamar  vanamente la identidad entre el que contempla y lo contemplado, graciosamente, torna la ininteligible inmensidad en sustantivo singular o gratificante predicado, espejo del si mismo que contempla.  

Así, ella, la dulce palabra, amante de la filosofía, nos entrega en una delicada bandeja las miles de cabezas de la castrada Hidra de Lerna cuando transforma la insoportable inmensidad en el manso y domesticado Universo que conocemos; divisible a voluntad en tantas partes cuantas sea necesario para ponerlo al alcance del mínimo intelecto; un Universo sencillo, unificado y contabilizable, completo y finito, diverso y único, en expansión o consunción, estático o dinámico, no importa, el éxito de la literatura filosófica, el éxito de la palabra “Universo” radica en que el Universo –que niega la inmensidad- es íntegramente nuestro, está a nuestra disposición, uso y disfrute.    

Y así, por si esto fuera poco, para liberarnos aún más de la angustia, la literatura filosófica convierte en tiempo la también insoportable Eternidad que nos acosa; y ocurre entonces que la Eternidad que nos agobia y nos envuelve aparece como una ordenada y sucesiva repetición de momentos repartidos en una sencilla y agraciada línea horizontal, vertical, oblicua o circular de tiempo que cómodamente capturamos, medimos y contabilizamos en nuestros pequeños escritorios que ocupan un lugar en el Espacio, espacio que es una determinada parte de nuestro por segunda vez reducido Universo, sometido a la voluntad que el intelecto ordena y rige. Con similar dedicación y diligencia los secuaces de la literatura filosófica, cultores de la literatura histórica, científica, jurídica, etc, laboran pacientemente sobre el tiempo y el espacio, la norma, la regla en la literaria construcción.      

La literatura ciertamente es el arte dominante en los últimos siglos, es un arte rico, pletórico, abundante, sorprendente y avasallador. Sus artífices alientan un gran apetito y la llevan a engullirlo todo en si misma en el afán de unificar lo múltiple, detener lo que fluye, atrapar lo que transcurre y eternizar lo efímero en la grafía.

Las artes, todas la artes -la música, la pintura, el teatro, la danza, la escultura, el canto, la arquitectura etc., pero también la agricultura, la alfarería, la orfebrería o la zapatería- tanto como la literatura, excitan a la imaginación y constituyen ejercicios intelectuales y prácticos emprendidos con el afán de encontrar respuesta a las mismas interrogantes y  son ciertamente diversas formas o maneras de aplacar la congoja de lo ínfimo ante lo inmenso, de lo efímero ante lo eterno, lo sucesivo respecto a lo permanente, de lo finito y limitado respecto al infinito e ilimitado.

La pintura -los pintores. intentarían hacerlo con los colores, la música con los sonidos, la escultura con las formas, la arquitectura con los espacios, el canto con la voz, la danza con el cuerpo, etc.. 

Todas las artes, tanto como la literatura abren el intelecto, estimulan la imaginación, afinan la percepción y descubren nuevos ámbitos propicios a la acción que se traducen en obras que dan fe de la capacidad e ingenio del hacer humano en sus múltiples manifestaciones.

Lo singular de la ideología literaria -no del arte literario, que principia y acaba en la proclamación de la belleza- es la pretensión de verdad, universalidad y preeminencia que alentaría en sus adeptos un sentimiento autoritario y excluyente. Está acuñado un término muy preciso hay para estigmatizar al quienes son ajenos a las prácticas, creencias, principios, métodos, técnicas, reglas literarias: bárbaro, analfabeto, iletrado, sinónimo de ignorante, primitivo, torpe, carente de juicio y raciocinio. No hay termino similar o correlativo para identificar a quienes son ajenos a la práctica de la música, o el canto o la pintura o la arquitectura o la agricultura, la talabartería  o cualquiera de las otras artes.

La ideología literaria y sus desarrollos teológicos, filosóficos, científicos, jurídicos y tecnológicos no son ciertamente la única manera de enfrentar la congoja y superar los desafíos que plantea la efímera finitud de la vida individual, colectiva o comunitaria.  

El desdeñoso edificio levantado por la ideología literaria, se erige sobre los escombros o más bien sobre los formidables cimientos de una ignota y olvidada sabiduría, comprensión, entendimiento, sensibilidad, imaginación, pasión, sentimiento y amoroso afán de quienes nos antecedieron en el tránsito y fueron capaces de preñar a la madre tierra, sembrando en ella para hacerla generar, germinar,  parir y multiplicar animales, plantas, frutos, cereales y tubérculos que entregan con abundancia vida y nos sirven cotidianamente de alimento. Aquellos que entendieron que el hombre es un efímero fermento de la tierra y rendidos la adornaron con amoroso afán. Para entenderlo basta contemplar los andenes de Andamarca y saber que sus artífices consumaron su existencia acomodando piedra sobre piedra sobre los remotos andenes siempre renovados que adornan el valle desde la orilla del rio hasta la cima de la montaña, para recibir la lluvia, ver la germinación de las semillas, el crecimiento de las plantas, acompañar agradecidamente el florecimiento y la fructificación, ajustando el ritmo de la vida a la respiración de la sagrada tierra que es fuente de todos los bienes.

La filosofía, la ciencia, la jurisprudencia y la tecnología de los últimos dos mil años empeñada en el afán de usufructuar la herencia recibida, no ha logrado crear y hacer que la madre tierra fructifique y entregue ni una sola nueva especie animal o vegetal. Solo está a su alcance degenerarlas o extinguirlas. No lo ha logrado porque la ideología literaria es estéril. El texto captura, inmoviliza, detiene, petrifica, reduce, momifica, diseca; se agota en la copia y en la repetición.

La creación, cualquiera que ella sea, pero en particular la creación de la vida y la vida misma no admiten copia ni repetición ni regularidad. Los pollos de granja que abarrotan los mercados no son creación filosófica, científica o tecnológica u obra del granjero, así como tampoco lo son el trigo, la papa o la uva que cultiva. Distinta consideración merece el pollo a la brasa, el pan o el vino que, no cabe duda, son creación y obra de otras artes, distintas al arte literario.      

La vida palpita en los usos y costumbres que fluyen en la inasible continuidad de lo cotidiano, en las modas, en la música, en la danza, en el canto, en la ceremonia, en el rito, en la muda contemplación, en el silencio   que en cada momento incitan a la acción que desborda siempre los estrechos límites de la palabra para transformarse en obra o acontecimiento que engendran otros, nuevos, distintos a los anteriores. La vida se apaga, acaba, es efímera; si es efímera, es  vana, si vana falsa; si es falsa no es verdadera;  la vida verdadera está más allá, porque la vida sigue, continua, no se detiene, engendra nueva vida;  la vida nos envuelve y nos deja; la vida no se apaga, se prende en cada momentos; la vida no acaba sino que continúa su alegre marcha; la vida no es vana sino desdeñosa; no es falsa ni verdadera, es vida y nada más que vida, se pierde, se disgrega y retorna como las olas del mar que contemplamos.

El mundo construido sobre la palabra, hecho de letras, textos que se multiplican al infinito en una vorágine de grafías, asfixia. La ideología literaria se ahoga en el torbellino de imágenes que trae el internet. La literatura muere y como toda muerte anuncia el germen que alienta una nueva vida. Hemos de celebrarlo con bombos y platillos, violines y trombones, pianos, pífanos y timbales; entonaremos cada día nuevos himnos, cantos, gritos, alaridos, susurros, silencios que alegremente entregaremos al olvido; inventaremos nuevas danzas; adornaremos la tierra bordándola con andenes, construiremos templos, pirámides; tomaremos la tierra en nuestras manos para moldearla y será nuestra imagen.  Celebraremos y adoraremos a todos los Dioses. Aprenderemos el arte de vivir, aprenderemos el arte de callar, de cantar, danzar, modelar, pintar, imitar, construir sobre la inmensa arena de la eternidad. Lo haremos sobre las ruinas, escombros y cimientos de la ideología literaria, madre de todas las ideologías. La lengua, entonces, sin ataduras, se tornará múltiple, distinta, diversa en cada momento como la música o la danza y servirá nuevamente para cantar la gloria de Beatriz.

 

 

Lima, 03/08/2021 

 

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